Todos los años los medios se dedican a destrozar la poca y sufrida reputación del Festival de Viña. Los argumentos son los mismos año tras año desde que yo era niño: que los artistas no dan la talla, que el escenario es fome, que los animadores no salvan a nadie y que la competencia guatea.
De todas formas, todos esos habladores viajan a Viña todos los años (no recuerdo un Festival al que Pasalaqcua no le tire bosta y al mismo tiempo asista todas y cada una de las noches) a cubrir el festival.
Los técnicos, productores, camarógrafos y demás fauna televisiva y radial pone con las letras más grandes en sus respectivos currículos laborales cualquier función que hayan ejercido durante los días festivaleros.
Los músicos sueñan secretamente con presentar un tema y ganar.
El prestigio del peluquero (devenido en "estilista") Patricio Araya no se basa en nada más que la cita viñamarina.
Los diseñadores nacionales se quejan de que los animadores no los eligen a ellos para vestirse y, de hacerlo, no compran los trajes sino que piden "canje".
Los programas de TV intentan conseguir el mayor número de credenciales y envian noteros a conseguir saludos para sus respectivos canales o programas.
La gente que jura y requetejura que el Festival es fome premia las transmisiones con los mejores rating del año; me refiero a aquellos que no consiguen, aunque sea pagando el doble en la reventa, una entrada para el festival que nadie a le gusta.
Destacados de este año: Coco Legrand y Paul Anka (esta noche); el miércoles será divertido cómo le va al fome de Bombo Fica; el jueves, Américo y el sábado, los Cadillacs. Además, para gustos refinados, Don Omar y Tito El Bambino son de lo más refinado del reggaetón.
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